Se presentó sobre el
poste con una presa en las garras, un pequeño pájaro que no llegué
a identificar, pues en apenas dos minutos había acabado la tarea de
engullirlo. Apenas unas plumas en el aire eran lo que uqedo del
desdichado pajarillo. Tras un tiempo de reposo, soleandose al tibio
sol del invierno, desplego sus poderosas y afiladas alas y se lanzó
en un vuelo batido y potente, pasando a unos metros de donde yo
estaba. Regresó en poco más de un minuto con otra avecilla en las
garras. Esta vez si la pude identificar, pues la cola rojiza dejaba a
las claras que se trataba de un Colirrojo tizón. Al igual que el
anterior, lo desplumó y se lo comió en apenas dos o tres minutos.
Después de otro rato de
descanso volvio a lanzarse en un vertiginoso vuelo de caza en varias
ocasiones más, pero ya no consiguió más presas, al menos mientras
yo permanecí en las cercanías.
Aunque pueda parecer un
poco cruel el relato, así es la vida en la Naturaleza. Para que aves
de tan soberbia belleza y extraordinarias cualidades (está
considerado el ser vivo que mayor velocidad puede alcanzar), otras
tienen que perecer y servirles de alimento
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